Cuando en conciencia Ud. piense que las crecientes hipérboles del cine fantástico han llegado a un límite insuperable, una evidencia se le impondrá con ferocidad para sacarlo de su ingenuo error: "Aquaman".
Porque a su lado, casi todos los delirantes excesos precursores palidecen. Tal es la abundancia e intensidad de las imágenes, de los formidables efectos especiales, el vestuario enloquecido, etc. que hay riesgo considerable de un shock anafiláctico o bien de un desprendimiento de retina.
Los artífices de este caos no se han dejado nada en el infinito tintero de la invasiva moda de los superhéroes, con los proverbiales detalles pueriles en el guión que, so capa de muy discutible gracejo, van destinados a impedir que los chavales utilicen las neuronas de una manera inteligente; y a fomentar en los adultos una programada y firme regresión al estado mental del zigoto.
A la Kidman, en su papel de criatura náutica guapísima, le han debido pagar una pasta gansa para prestarse a este asunto, en singular contraste con otros acreditados trabajos suyos de estos, ya bastantes, años pasados.
Fácil es temerse el coste sideral del film, y el vértigo que seguramente aqueja al departamento de producción, mientras la guillotina del azar, con su afilado capricho, extiende la sombra temible de un pronóstico indeciso, de unos resultados contables por verificar.
-- ¿Y cómo, tú...?
-- Mírame bien: soy el Hipocampo, imagínate.
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