Demasiados intereses contrapuestos, en el lío de los taxis.
Normativas que no se cumplen. Otras, que parecen obedecer a criterios extravagantes. Cansancio entre los conductores del gremio porque los gobiernos, los DESgobiernos, prometen cosas y luego no las llevan a efecto, con clásicas mañas de toreo bufo y tomaduras de pelo. Temor a una competencia, puede que con matices, pero que dentro de la globalización, el libre mercado, etc. no se detendrá hasta producir una obligada reconversión, como tantas que ya ha habido en otros sectores, y las que habrá.
Y un consistente olor a lucha por mantener un asunto que arrastra gran carga de monopolio y de especulación histórica de licencias.
Y entonces, como ha ocurrido con los estibadores y así, se recurre a la fuerza y con abuso de ella se secuestran las ciudades y se somete a un chuleo sin límites a los usuarios, al público, que es el que siempre paga los platos rotos, ahí y en los aeropuertos y en el Metro y en el copón, con la cosa esa del derecho a las huelgas. Guay.
Los políticos, siempre fuertes con el débil, se atascan en firme cuando quien puede les tuerce el brazo. Y siempre -- los pescadores del río revuelto -- enseguida saltan las ocurrencias de ceder (trocear, descomponer "hasta el infinito y más allá") las competencias a esa cáfila de las taifas, de los venales mercaderes locales, para que coronen por completo, como suelen, el sabrosísimo caos.
Cuando la razón, otras veces la sinrazón, que a menudo están algo repartidas, no encuentran el camino, viene la fuerza, llámese ETA, el separatismo o un Alzamiento de esos que todavía recordamos.
¿El taxi tendrá que ponerse al día?¿Reciclarse? Los políticos, con su generosidad y altura de miras a la hora de subirse el sueldo propio, ¿sirven para algo útil que merezca el dineral que les pagamos?
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