A pesar de nuestra común pertenencia a un mismo y pintoresco gremio, no es tan raro que nunca coincidiéramos, que no hubiese ocasión de "ser presentados". Y no poca parte en ello quizá tuvieron mis costumbres retiradas, la deriva que por lo general llevé, primero en aquella torre urbana y urbanita y ahora, anclado voluntario al costado del mar.
Pero Enrique y yo jamás nos encontramos. De su carrera, indirecta y superficial noticia tuve; tampoco me llegaron mayores detalles de su muerte. Me gustaba su modo de cantar, seriote, desasido, como que transmitía sombras y sesgos de cierta amargura. Y algo debió moverlo a realizar su personal versión de ese ensueño mío sobre el pintor que se demoraba en su obra, enamorado absorto ante la hermosura de la mujer que le hacía de modelo.
Días atrás, volví a escucharla: un dejo solemne, inesperado, en los acordes que acentúan el acompañamiento; la tensión de costumbre en su voz. Y me conmovió sentir de nuevo el asombro de los puentes que, algo caprichosamente (o acaso con fundamento), tiende la casualidad entre personas desconocidas, entre sensibilidades menos lejanas de lo que una observación distraída puede revelar.
A través de distancias, tiempos, órbitas, va y viene una inaprehensible y seductora vía láctea de belleza, emociones y sentimientos que no todo el personal (lástima grande) sabe percibir.
-- ¿Y eso de la igualdad?
-- Menudo cuento, "oyes".
Pues Pionono sí conoció y trató frecuente y largamente con Enrique. Y cuando hizo su versión (con coros nada menos que de Jackson Browne) tuvo una muy similar sensación, en su humildad, de sentirse puente entre sensibilidades lejanas, que no tan diferentes. ¡Oh, témpora. Oh, mores!
ResponderEliminarLa versión tiene una combinación más que interesante de guitarra acordeón y cello
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