Con una sobredosis de paciencia y una más que cierta bronquitis, el año 17 ha modulado al 18, envueltos en el frondoso griterío de las festividades y en la repetición empachosa de las campanadas y de las uvas, modelito va y transparencia viene.
Chocolate y roscón por San Ginés, Madrid abarrotado de multidudes y con temperaturas de cuidado, también ha habido el desgranado relato truculento con el que sin mucha necesidad se nos iban transmitiendo los morbosos detalles de los sucesos sangrientos que parecen aumentar en número y sinsentido.
Todo "entrañable" y revuelto, para dar la medida de nuestro caduco consumismo, de nuestras endebles y egoístas escapadas. Fueron "las fiestas", que a más de los que lo admiten van dando ganas de echarse a dormir hasta que pasen.
La traca final, el colofón consistió en un largo y profundo atasco nevado en la autopista, coincidiendo con esa afición por los desplazamientos masivos que con tan pizpireta alegría nos vamos proporcionando de forma inexorable entre veraneos, semanas santas, puentes, etc. Tocaban ahora los de la Blanca y Feliz Navidad.
Ruedo pintoresco, ibérico y centrífugo, tensado de desavenencias, queridos supervivientes, henos de Pravia, suculentos "lujos a nuestro alcance", algún kilito de más, era de esperar. Y claro que el restablecimiento de las rutinas saludables, asumámoslo, no es algo que convenga menospreciar.
-- Desde luego que no.
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