Termino hoy el considerable atracón de lectura que ofrece 4,3,2,1 de Paul Auster.
Varias de sus obras anteriores me han ido volviendo confiado con su estilo, con su magisterio, con sus frecuentes referencias literarias que lo evidencian como escritor de fuste tanto como lector, a su vez, de notable voracidad. Y, aficionado a sus vistosas ficciones, me he medido con el "tocho" reciente de su firma.
Supongo que podría describirse como el fresco de una larga época, esmaltada de sucesos que, con nuestra edad, podemos recordar y/o reconocer en gran parte, aunque otros resulten demasiado norteamericanos para que en su momento histórico llegasen con puntualidad a nuestra atención, diversificada y desgranada en tantos años de personales andanzas. Pero el largo relato invita con éxito a una aceptable identificación, simpatía, incluso sonrisas despertadas al calor de esas evocaciones y el reconocimiento de un libro múltiple, experimental y poderoso de estructura, de imaginación y de ambicioso desarrollo.
Con eso, puede que quepa disculpar un exceso de toponimias y de matices no siempre relevantes que entorpecen algunas páginas en ocasiones crudas y provocadoras, aunque verosímiles, y una contundente prueba para nuestra dedicación, para según qué disciplinas voluntarias del tumulto y la panorámica.
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