No por llevar la contra y parecer
que ejerzo una protesta de calado
(ahora que ya está, y nos han dejado
sin la agencia de los medicamentos,
por mor de las matracas y los cuentos)
salgo a la esquina, hasta el contenedor,
ataviado con mi bata blanca:
si en Salamanca fuera profesor
o un inventor en un laboratorio
que, a trancas y barrancas,
diseñase bruñidos armamentos,
no fuera tan notorio
el aspecto enigmático de actor
que luzco acaso, en este momento.
Los residuos que llevo y deposito
con distante cautela y aprensión
son los restos fugaces y marchitos,
el colofón contrito
de toda gastronómica afición.
Y luego, con germánica entereza
decido sacudirme la pereza:
pongo una lavadora; tiro el agua
del cubo que incorpora la fregona.
Superado el verano una vez más,
recojo el toldo del porche de atrás,
para tener más luz en la cocina...
...rimas domésticas, como de rutina,
que os dejo. Proseguiré mañana
con otra extemporánea pavana.
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