Ufanándote de tu insuperable vulgaridad, con la condición patética que tu inmerecido éxito "mediático" te ha concedido (que ya sabemos cómo respira la masa), se ensanchan tus muy retocadas facciones en un gesto de postiza prepotencia, de autocomplacencia satisfecha, por demás ajena a tu verdadera y escasa estatura de persona y aun de personaje.
Una y otra vez, si por alguna razón volvemos a encontrar el padecimiento de tus públicas inconsecuencias, tus exabruptos y tus destemplanzas, nos afirmamos en la conclusión de que anda el mundo al revés y en la apreciación de que sólo (advertid el clásico acento ortográfico de cuando la decencia y el buen tono eran cualidades respetadas y encomiables) el rencor y el despecho te hacen revolverte contra los desdenes de tu toreador, muy harto ya seguramente de tus peroratas de lo que la gente "bien" siempre calificó de verdulera, aunque ahora campe el disimulón encogimiento por mor de la elusiva corrección política, cuando tánto se echa de menos la corrección poética, véase tu ejemplo.
Mofándose de ti, tus palmeros te apodan princesa, por más que sólo seas una farota histérica y vociferante.
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