Pintorescos marinos mayores
trazan itinerarios por Sevilla
y ni en medio de los calores
se desvanece la maravilla.
Sendas gorras de "pelotero"
contra el desafío extremo,
y todos los caprichos concedidos
de una gastronomía a todo remo.
En la Plaza de Doña Elvira
intercambian sus relatos:
las anécdotas compartidas,
recuerdos y verdades del pasado.
Y con resolución milagrosa
redefinen algunas cosas,
consiguiendo que los turistas
(esos enjambres interminables)
desaparezcan de la vista
como hologramas maleables..
Cruzando el Guadalquivir
en el crepúsculo perfecto
sienten toda esa hermosura:
sevillanos, al cabo, selectos.
(Con deciros que rematamos,
a guisa de colofón,
con los helados que Irene sabe:
dos tarrinas "de libre elección".
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