Tras la sorpresa inesperada y las prolongadas conversaciones que habían tenido lugar en esas horas del encuentro, retornaron a la dulzura de las caricias, al conocimiento de los cuerpos que uno del otro tenían y sabían, al sentimiento que en tantas armoniosas facetas se manifestaba entre ambos.
Y esa vez, recorriendo las formas, la piel, el sedoso cabello rizado de la amada con manos en cuya demora se daba una amalgama de ternura y pasión, de mucha más música que letra (porque coincidieron también en el silencio), sintió él un largo y continuo estremecimiento que iba creciendo en intensidad como no recordaba en mucho tiempo y que, mientras notaba resbalar las lágrimas conmovidas, le hizo susurrar en la sensible caracola del oído femenino "es esta gloria, por la que vale la pena vivir".
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