Con todo el tiempo pasado, que ya casi nadie queda que se acuerde de nada, a ese refrán se lo habrá llevado cualquier viento al limbo correspondiente.
Pero no describe mal el desconcierto en que vivimos.
Carísimo nos sale el organigrama, el andamio, la megaestructura (como dicen en Discovery Max) de "entendidos, especialistas, jerarcas" y todo ese aluvión de legisladores, jueces, técnicos, médicos, incluso psiquiatras y bla, bla, bla.
Deciden las normas, reparten las directrices de nuestras vidas y conductas y NOS CONTROLAN.
NOS CONTROLAN, a los ciudadanos inofensivos, e indefensos, en tanto miman con perfumados bálsamos y algodones a los criminales más marchosos de la selva.
Y no sirve que se comprueben la apabullante y relapsa reincidencia ni las señales de inocultable relieve que nos estallan en la cara, demostrando que hay cantidad de gente que no va a tener arreglo. NUNCA.
Así que a esa gente la dejan suelta, arguyendo ridículos -- y peligrosos -- escrúpulos de meapilas; y los demás, a temblar.
Un asquito, queridos.
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