Así que, decididos a ponerla en práctica ya que la teníamos pendiente, arrancamos por fin, el otro día.
Será porque andamos por lo general de playa en playa (de costa en costa); o por el aspecto algo desgarbado y dubitativo que a manera de rémora nos quedó de la marinería en Cádiz; o por ese estilo con el que vagamos/deambulamos sin muy visible propósito... Lo cierto es que nos toman siempre por "guiris" y se lanzan a hablarnos en inglés o, algo menos frecuente, en alemán.
En la Habana ya nos sucedía y lo achacábamos a la singularidad -- que allí lo era -- de ser "claros, de ojos altos". Pero aquí...
En fin que recalamos (¡cómo no!) en El Faro, por los pagos de Santa Pola, haciendo una memoria algo melancólica de tiempos pasados, insistiendo en los sepionets y en el arroz delicioso de los tropezones ya resueltos, amén de otras especialidades de la casa.
Más adelante, en la Malvarrosa de Valencia (que es un sitio espectacular con el nombre otras veces del Cabañal y de Los Arenales, que seguro que los nativos tienen bien clara la distinción) seguimos la sabia y experimentada pauta del pianista autóctono y ausente, y nos dimos un homenaje en La Pepica, plena de reminiscencias art-decó, de atisbos de Sorolla y de las señales de una época pausada y elegante que el señorío supo establecer sin perder la majeza popular.
Por algún otro lado anduvimos, que en todos hay tradición del pan tostado con ali-oli y que hemos ido alternando con cuanta croqueta (la palabra mágica, que decía Belpacri) y cuanto tocinito de cielo se cruzó en nuestro camino.
Más joven que el Hipocampo, el Comodoro me lleva la delantera en lo de ser abuelo, cuenta escacharrantes chistes de su extenso repertorio y tiene paciencia con mis titubeantes prospecciones para aparcar al Gordo. Eso, cuando yo no le suelto mis acerbas parrafadas sobre música o política.
2.000 kms. aproximadamente para concluir que ya estamos preparados para la herencia y sustitución de Walter y Jack.
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