Absortos, la contemplan.
Casi reverenciales, como privilegiados peregrinos que en romería visitaran las reliquias más santas, los lugares de asombro, desde Jerusalén (a conquistar la cual se fueron nada menos que las Cruzadas) hasta Compostela, desde las Pirámides egipcias hasta las construcciones de MachuPichu; desde el Partenón hasta la Gran Muralla en la China de los Emperadores, etc.
Con una admiración encantada que se diría la que en el Louvre (o en el Prado, oyes) experimentan los visitantes.
Con la curiosidad que los troyanos dispensaron a aquel caballo que sería la perdición de su adorada Ciudad.
Considerad este nuevo milagro, la fascinación indiscutible, la magnética importancia de esta buena nueva que transmitirán los presentes a las generaciones futuras, límpida, brillante como la leyenda de Arturo y Excalibur.
Que no haya quien diga que no correrá pareja a esas cimas del Arte, la Historia y la Cultura...
La plataforma del cemento de Ferrovial, encallada ahora frente a las costas de Benalmádena.
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