La ciudad.
Ya sé que es un rito inútil; peor, una insistencia que, a fondo perdido, una y otra vez va resolviéndose en decepcionante frustración.
Que es imposible, y acaso enfermizo, juntar los fragmentos en los que el Tiempo ha ido troceándonos la vida.
Que el ruido, el simple bullicio que los demás comparten, jamás me sirvió y menos ahora, cuando en este autobús, que debe ser el premio mayor de los decibelios, toda la tropa enfrascada en los telefonitos, me pasa por la mente la sombra del recuerdo de mi padre, su gradual aislamiento, su laconismo de los (muchos) últimos días.
Las calles populosas, casi se diría en una manifestación permanente, de colmena; los comercios, los bares... Las señales de entonces, desvanecidas. El poderoso lazo inverso con el que no pertenecemos.
-- Tú no eres mucho de relacionarte, de hacer amistades nuevas con facilidad...
-- Lo sé, el polo opuesto. Por cierto, ¿Paul Simon ya rozaba alguna de estas sensaciones cuando cantaba "Still crazy after all these years"?
Péndulo que oscila entre las calaveras y las carabelas, hoy compré una brújula y un reloj.
Los miro complacido, en casa, reconociendo que, claro, los objetos nunca llenan el vacío.
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