Escribo el "blog" de hoy directamente en el Plegablito, saltándome con intrépida temeridad el consuetudinario borrador manuscrito de casi todos los días.
Con un horizonte sin mayores señales que una luna que empieza el menguante, la que esta madrugada iba escondiendo su color amarillento, sobre el telón de fondo de un manto con tal número visible de estrellas, y de tan brillante luz, como no se ve en otras ocasiones. Debe ser lo repentino e intenso de este calor que se ha apropiado de marzo; el desconcierto que, nos cuentan, viene dado por el cambio climático, esa ruleta de magias amenazadoras/seductoras.
Más que mucha lectura, a remolque de la purga en marcha de los libros, que me resisto al final a eliminar, como si tuviera que volver sobre ellos antes, una última vez, a modo de despedida.
Y resuelvo ir andando a la farmacia, moderadísimo alarde de ejercicio, diciéndome que no basta, que tendría que, por lo menos, caminar más y con más frecuencia.
Al regreso consulto el buzón: ¡y ha llegado!, Almendrita. Desde la Compañía de las varias Zetas, el antojo que me ayudaste a encargar, vía Internete, será otra señal náutica, sobre una chaqueta que ya es azul marino de suyo.
Con pocos alicientes se enderezan las lentas jornadas de la vida minimalista.
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