"Fences" significa vallas, creo. Pero la cerrazón de los acomplejados es grande y se niegan a traducirnos el título con una admirable contumacia de papanatas.
No obstante, este drama protagonizado y dirigido por Denzel Washington es un aldabonazo importante en su larga, fecunda y magistral carrera, añadiendo nuevos méritos a sus anteriores papeles con éste, en el que se crece al interpretar el carácter de exigente firmeza, independencia y esfuerzo de un personaje muy puesto a prueba, que lucha y ama a su manera, que resiste la adversidad con el tesón de los hombres, antes de que se descafeinaran sus perfiles clásicos.
Al desengañado rencor de la marginación racial hay que sumar la frustración de una vida doméstica en un tiempo difícil, en cuyo desgaste lo acompaña con mejor resignación y no menor heroismo la actriz central, a gran altura en su propio papel.
"Jackie", fría, sosa y no sé qué premios puede que le den, pero que ni siquiera deja en muy buen lugar a la "dolorosa" viuda del presidente.
Aunque quizá no ande tan lejos de una realidad que flotó un tanto en vanidades triviales y relumbrantes aspiraciones cosmopolitas, en las que no terminamos de descubrir de cuánta hondura llegó a tratarse.
Y desde luego, si en aquella cuadrilla cometieron la bobalicona presunción, la chorrada insolente de compararse con la hermosa y legendaria gesta del Rey Arturo, lo peor que pudieron elegir como refuerzo de semejante despropósito fue la estúpida canción del musical "Camelot", que redondea de forma innecesaria e imperecedera todo ese temerario y fantasioso ridículo.
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