Esporádicamente, quedamos para almorzar, ambos veteranos de las trincheras de la música y grandes aficionados a la buena mesa.Y son frecuentes las anécdotas, las "batallitas" de lo que, a estas alturas, ha sido posiblemente la época, si no mejor, más estimulante de unas vidas que ahora recorren los naturales tiempos de declive, aunque decoroso, y en los que no se nos podrá "quitar lo bailao".
Entre referencias a tantas personas y personajes de la profesión que otrora conocimos y todavía conocemos, ha salido a la conversación el tema aventurero que también figura entre las que fueran "causas" de dedicación compartida. Y citó este amigo la ocasión en la que alguna dama (conectada en aquella sazón con otro popular colega) le había propuesto, al hilo de cierta situación en un viaje, que honrara la hospitalidad de su casa, invitación que declinó, barruntando que suponía algo más que lo meramente ofrecido.
Aunque ahora, en la distante revisión, en el recuerdo ni siquiera nebuloso, "otro gallo cantaría" o eso me pareció entenderle, omitiendo por mi parte, en general pudorosa, cómo en otras temporadas posteriores yo sí acepté, y de buen y placentero grado, varias invitaciones de la misma mujer, cuya melena negra de entonces y generosísima delantera eran atributos notables de su seducción.
Contribuyendo a esta variedad jugosa de la charla, aporté una generalización sin precisos pormenores de la década que sabemos, y una alusión mínima que...
-- ¿Quién era? ¿La conozco?
-- A ti te lo voy a contar.
-- La cantante que dices, te lo adivino: se llama...
-- ¡Qué va! No es ella.
Y hago recuento mental.
Si no olvido a nadie, de diferente vigencia, continuidad y relieve, me salen, cantantes, 7.
Y otras 3 que, renuentes, insensibles a mis encantos, me dieron desconsideradas calabazas.
¡Qué pena tan grande!
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