Cuando aquello ocurrió, veníamos de Galicia y habíamos parado a tomar algo en un sitio de carretera.
Y cuando lo vimos por la "tele", pensamos por un instante que se trataba de una película, de una serie que fingía la catástrofe descomunal; y al saber que todo aquel horror era verdadero, que eran las imágenes repetidas una y otra vez de lo que parecía imposible, de lo que no podíamos creer, quedamos aturdidos.
Las torres se desmoronaban, destruidas por el impacto de los aviones; se venían abajo, incendiadas, destrozadas, inaugurando -- sin que pudiésemos medir el alcance, la dimensión del hecho -- una nueva realidad: nadie, nada estaba a salvo, ni nunca lo había estado. Y teníamos ejemplos anteriores. Pero la evidencia era entonces, ya, brutal, inesquivable.
Han pasado quince años. Tiempo insuficiente para digerir, para hacernos cargo de todo aquel indescriptible estupor. Y suficiente para que los rencores y los odios sigan sin justificación. Creciendo.
Junto a la Zona Cero, hay nuevos edificios orgullosos, bellos, pujantes, altísimos.
Pero en nuestro ánimo, queda una sombra de miedo que sólo se embota con la conciencia a medias que nos obliga a seguir vivendo.
¿Qué otra cosa, si no?
Yo estaba contigo
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