Y no estaría bien llevarles la contraria en cosas que les atañen y que son de su mayor competencia.
Sólo que solía ser un prodigio de parsimonia sagrada, el estilo que caracterizaba a los procesos de beatificación y posterior (o eventual) canonización; protocolos dilatados en el tiempo en los que con minuciosidad casi escéptica, con prudente suspicacia, se hacía examen de las causas y de los méritos y de las "hazañas" milagrosas que se atribuían a los aspirantes y cuya comprobación era mucho más exhaustiva que la más exigente ITV, refrendo de testimonios incluidos, etc.
Y ahora, tal parece que no.
Cuando el clamor popular se desató con lo de "Santo Subito" a la muerte de Juan Pablo II (que siempre me pareció un pontífice demasiado jacarandoso) quizá se abrieran las compuertas de las prisas. Y en estos dias, con la Madre Teresa, parece que se ha repetido el fenómeno. Para el promedio secular, la subida al podio de estos vencedores me ha resultado algo precipitada, algo auspiciada por la falta de sosiego que es signo de los tiempos.
La veteranía de la Iglesia es una de sus bazas fundamentales, así como su natural talante conservador y sus acreditadas tradiciones. ¿Las urgencias y las corrientes de supuesta "renovación" podrían desvanecer su condición de perennidad, sin añadir nada positivo a cambio?
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