Con las mismas frases se expresan.
Repitiéndolas, todos ellos, como si fueran entes fotocopiados, empecinados robots, papagayos (que es más tropical comparación). Ecos de ecos.
Y dejándonos sentir todo lo impersonal, lo falsario, lo egoísta que ni se esconde detrás de las palabras; los intereses incrustados en su retórica de tahúres.
Y eso que hablan el mismo idioma (salvo los caprichosos separatistas, con sus quejosas letanías).
Pero el resultado no es mucho mejor que el de los hombres a los que Dios castigó cuando, obedeciendo al belicoso y tirano Rey Nemrod, construían con infame insolencia la torre gigantesca, y Dios los confundió y los dispersó en el habla múltiple y enfrentada, en la incomprensión y el interminable -- e insufrible -- desacuerdo.
¿Sabéis a quiénes ahora me refiero?
No hay comentarios:
Publicar un comentario