Desconozco al encargado de tratar el himno del PP como presunto merengue.
La ocurrencia primera debe haber venido de la clara inteligencia, de la sensibilidad mirífica de algún asesor de la campaña para las elecciones, y ya se ha prestado a merecida mofa entre el público.
Porque un himno se supone que tiende a cierta solemnidad para que produzca desde un mínimo (respeto) hasta un máximo (veneración); y la sabrosona juerga que es intrínseca al espíritu festivo del merengue es cualquier cosa menos solemne.
Ya la melodía original era carente de atractivo, insípida y reiterativa. Y con esta singular e intrépida adaptación ha empeorado bastante. Fuera del carácter (cutre, como hecho sin oficio) del arreglo, que "no suena" a merengue del bueno, que queda rígido, que es posiblemente un gato más por liebre.
Yo estuve de gira por Santo Domingo y esa música, esa danza, pícaras y airosas, desenvueltas y sugerentes, son muy otra cosa que este paso en falso.
Entre el horror y la estupefacción, los convocados por Moragas a la presentación correspondiente, se miraban desconcertados. Y es dudoso que ese engendro atraiga las simpatías de los hispanoamericanos con derecho a voto en lo que se nos viene encima. Si era ése el simplón objetivo.
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