Con talante claramente provocador, se quiere exhibir de forma masiva en un resonante partido de fútbol una bandera que, según parece, se sacó de la manga hace cien años un señor catalán separatista, contagiado del sarampión que "liberó" nuestras últimas colonias, con sus sombras y luces.
Por organismos competentes, no sólo hay ya precedentes de prohibir y sancionar en los eventos deportivos el uso de tales símbolos que pretenden politizarlos, sino que, en este concreto caso, se da una escandalosa y perversa contradicción entre el carácter antiespañol de esa bandera y la condición del encuentro, en el que se dirime nada menos que la Copa del Rey de la misma España.
Se ve que hay gentes fanáticas y obcecadas, incapaces de reconocer la desfachatez implícita en una conducta que han intoxicado y azuzado sus peores dirigentes políticos. Y está claro, por otra parte, que sólo largas décadas de falsa y cobarde tolerancia han producido la grosería honda y las impresentables pitadas que repetidamente se han venido produciendo, contra los símbolos e instituciones comunes.
Ahora se lleva mucho eso del "relato"; pero por muy hipócritas que sean quienes venden éste, no cuela. Porque imponer un símbolo y unos supuestos "sentimientos" con él identificados sobre quienes tienen otros es una desvergonzada trampa que llegaremos a pagar cara.
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