El prisma que ha predominado en mis trabajos como letrista siempre tuvo la naturaleza viril que seguramente correspondía, y muy rara vez me atreví a ensayar el punto de vista de la otra orilla.
Revolviendo en papeles, encuentro una muestra inédita de un texto experimental y me temo que algo frívolo, que en el año 1987 llevó la contraria a la normalidad señalada y que hoy someto a la indulgencia de Vuesas Mercedes.
Las medias de cristal, el pelo, de colores.
Mi espejo me aconseja que me ponga la falda de piel.
La noche está genial; mis ojos, seductores
con ese maquillaje que acentúa su tono de miel.
El bolso de charol, la seda de la blusa,
los toques predilectos del más fino perfume francés.
No juego de farol y no tendrás excusa:
la trampa está servida y preparada, querido marqués.
Cuando entre en tu salón,
resuelta a conquistarte,
te vas a derretir como un bombón
al calor de mi corazón...
Te voy a tratar bien, te quiero ver rendido,
diciéndote al oído "ven conmigo, querido marqués".
Te voy a tratar bien: entrégate en mis manos
de halagos antillanos. Ven conmigo, querido marqués.
(Me asalta una vaga idea: el tenue aroma profesional que sugiere la protagonista. No es imposible que el Hipocampo haya hecho bien manteniéndose lejos de las audacias y otras piruetas.)
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