Algún tiempo había pasado ya desde la época en que los avisos de la pasión con frecuencia les desvelaban los amores cuando ( a lo que el vulgo llamaría deshoras) las caricias iban llegando a su debido término. A su natural y dichoso objetivo.
Y ese día, a eso de las seis de la mañana, se presintieron, y luego sintieron, despiertos a la vez. Y, como dos gotas, como dos estrellas, que estos avatares son delicados de establecer, dieron curso al abrazo largo y al éxtasis, gozoso, breve e intenso, que las personas de bien conocemos por la gracia de Dios.
En el consecuente calderón y el "fade away" que los insensibles fumadores coronan con un cigarrillo, la pareja permaneció en un silencioso sosiego encariñado, la cabeza de ella reclinada en el pecho de él, que iba advirtiendo, en el sonido del corazón, en el ritmo algo desconcertado de su compás, que acaso serían ésos los rumores previos a la ocasión, oculta en un insondable e inevitable momento futuro, en que la máquina, por lo que sea que será, habrá de pararse definitivamente.
Recordó lo que suele decirse: "de algo hay que morir".
Y pensó, para su capote: "más vale que sea de esto".
Como en alguna ocasión, algo frecuente en la actualidad por otra parte, se me ha escapado alguna lagrima al leerlo quizá por reconocerme totalmente en ello. Cuanta sensibilidad.Cuanta realidad. Gracias maestro.
ResponderEliminarMorir matando de amor y luego dejar pasar el tiempo para nadie, eternamente. Qué mejor final.
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