Dentro de la frecuente asistencia al cine, que el que avisa no es traidor, comentarios:
Y claro que había que ver a Turturro en "Mia madre". Su desquiciado, inestable, peculiar personaje no defrauda, al contrario, y aunque no es lo mejor de esta cinta, a la que no faltarán atribulados refitoleros de la insatisfacción, alérgicos a los sentimientos, que se quejen de esta muestra de cine inteligente, elegante y conmovedor.
La última en cartel de Rocky Balboa ("Creed") tiene la decencia de sostener con corrección y sin alardes una saga ya larga que, a través de décadas, repite el esquema convencional de las "pelis" sobre boxeadores; sobre uno, en particular, que es ya como de la familia. Stallone lo vuelve a plantear con un dejo de veteranía apenas desengañada que podemos agradecer en la cómoda elementalidad de cualquier tarde.
"El renacido" trae ruido espectacular. Lenta y bellísima de imágenes, a la mayor gloria de DiCaprio, cuya reciente visita respetuosa al Santo Padre me parece un ejemplo de buenos modos, tan escasos en nuestros enanos vendedores de soberbia política y de la otra. El film incluye una banda sonora que tiene miga y oficio, en el trance de subrayar con sobriedad los solemnes paisajes, la honda y cruel peripecia del guión.
"Carol" aprovecha la desconcertante y algo fría parsimonia que la Blanchette imprime a su papel de señorona insatisfecha y madraza algo empachosa de gestos, con ribetes aparte de simultáneos amores sáficos. La ambientación, el mobiliario, los guiños son tan apropiados como los que también dan cuerpo y juego a "El puente de los espías", de corte clásico y evocadora eficaz de situaciones y épocas que ya alcanzan a formar parte de nuestro personal recuerdo. De las más convincentes en cartel, y resuelta con sabiduría y competente medida.
Para final, saliéndose muy mucho de lo corriente, está "El abrazo de la serpiente" que con una seductora y sugerente belleza de blanco, negro y gris, propone una insuperable y devoradora selva y el conflicto entre mundos, entre opciones de vida y de metafísicas que ni se entienden entre sí ni habría por qué, válida cada posición en correspondencia con sus propios orígenes, reglas y justificaciones. Hasta la locura de la secta desaforada y pervertidora de una religión trasplantada y no digerida y las atávicas querencias de la tribu caníbal, tiene su particular y, ahora y aquí, abominable coherencia.
Con deciros que el momento de más inesperada y repentina emoción puede llegar (según para quién, claro) cuando, entre los recelos violentos y la desconfianza previsora, el científico alemán y el fraile de la aislada misión se encuentran y se reconocen, se admiten provisionalmente en las frases del hermoso latín sagrado, transmisor secular de las escrituras, de las enseñanzas de un cristianismo para esta Historia de Europa y el mundo que, ojalá, no consigan echar a perder por completo sus siniestros y degenerados enemigos.
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