Ahora
recuerda alguna de las visiones que le sobrevenían al cerrar los párpados para
intentar dormir. Y que sistemáticamente se lo impedían.
Escenas
de multitudinarias batallas de la Independencia norteamericana; de otras
guerras del XVIII y XIX en Europa. Leones en sabanas, copiosas migraciones de
otros animales por parajes de vegetación de aspecto africano, que en tantos
documentales había visto.
Las
paredes, cambiando como a tela de tapicería o papel en relieve que se movía de
arriba a abajo de modo oblicuo o transversal.
Bancos
de peces en fondos marinos; plantas misteriosas que crecían y se retorcían,
originando extraños seres vermiformes. Hormigas ínfimas discurriendo por los rodapiés.
Destellos
concéntricos de luz, fogonazos intermitentes. Un toro persiguiendo a un picador,
en la minúscula superficie de un tornillo, bajo un listón de madera, éstos reales…
Conectado
de forma permanente y dolorosa a cables que le administraban medicamentos,
llegó a tener la alucinación de que su problema no era médico, sino originado
por una manipulación de esas tan sofisticadas que las tecnologías parecen ser ya
capaces de producir; que debía ir a denunciarlo todo a la policía. Se quitó los
vendajes más de una vez.
Todo
fue una vertiginosa pesadilla. Y uno de los 7 u 8 galenos que anduvieron
revisándolo, dijo, en plan descriptivo, que era como si un avión le hubiese
pasado por encima.
Porque
47 años de hábito casi cotidiano, entusiasta afición y admirable tolerancia que
nunca lo llevaron arriba de tres o cuatro veces a la ebriedad ni a los vómitos,
ni a casi más que alguna resaca suelta, se ve que lo dejaron inconsciente, solo
como vive, desde las doce de la noche aparentemente normal del 16 hasta la
media mañana del 18. Y le produjeron, durante ese tiempo, uno o varios ataques
epilépticos de los que salió con golpes, heridas y, sobre todo, suerte.
Siempre
supo que aquella vocación no era saludable. Pero se negaba a renunciar a los
deleites del paladar. Y cuando se le calentaba la boca…
Así
que en esa ocasión entrevió, ya en la clínica, el final; y aunque nunca se lo
había planteado en firme, le llamó la atención sentir que tenía más pena que
miedo.
Ahora
va a tener que agarrarse: a la paciencia, porque los borradores manuscritos (y
otras cosas) no salen del todo bien. Refranero como es, al “que me quiten lo bailado”. A la generosidad que están arrimándole
Irene y Maritere, cada cual con su porqué, y a quienes, después de asustar y
disgustar tanto, va a deber permanente gratitud.
Gracias a la pareja por sus cuidados y a los médicos por su acierto. Me alegra que hayas salido bien de este duro y aterrador trance. Enhorabuena y recibe de mi parte un afectuoso abrazo, MAESTRO.
ResponderEliminarGracias a la pareja por sus cuidados y a los médicos por su acierto. Me alegra que hayas salido bien de este duro y aterrador trance. Enhorabuena y recibe de mi parte un afectuoso abrazo, MAESTRO.
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