Los oráculos (el falsario y traidor Belline, y todos los
otros, con más de herejes que de hombres, más de serpientes que de mujeres) lo
habían fácilmente, sin mérito (que nunca lo tienen los embaucadores del candor
ajeno), pronosticado:
Puntualísimos a la cita, adscritos a su cutre
politiquería de costumbre y, con el cinismo en alto, asomando el infame,
chulesco plumero. Así llegaron los hongos.
Llenos de hambrienta avidez, por la obligada pausa y la
ambición sin límites, igual que una floración de hongos urgentes, los “artistas”
que sabemos salieron enseguida para arteramente justificar y apoyar, con sus “comprometidas”
ideologías, a sus compinches, que de nuevo cortaban el bacalao; raudos unos y
otros (y unas y otras) en tragar cuanto pienso disponible hubiera en el enorme
pesebre.
Embusteros y añejos en su patetismo declamatorio, tan
vistos en sus poses falaces y mezquinas, en la retorcida y nada aromática
pringue de siempre.
Cada vez más oscuros en la intriga, más sumisos a la
droga de la prostituida gloria y del todopoderoso dinero.
Siempre están aquí, esperando, al acecho: contempladlos mientras
reptan hacia los carcomidos, venales, pedestres pedestales en los que erige su
triunfo el tufo macarra de la miseria humana.
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