y la admiración te lo digo: habríamos
coincidido sin esfuerzo en más de cuatro cosas.
Desde el otro mundo (qué expresión,
¿verdad?), seguro que pensarás “qué atrevimiento”. Pero me amparo en que de
carne y hueso fuisteis/somos/serán todos y ahí nos ha pillado el toro
furiosísimo de los amores.
Una mujer hay que me eligió y que me
quiere tanto (y contra viento y marea) que, si yo fuera otro, me acomodaría a
la inercia, a la facilidad, al resguardo del temporal que, con los años, qué te
voy a contar, como la vida dure, a cualquiera nos aguarda. Y además que es ella
guapa, hacendosa y cabal en los más sentidos.
Pero es el paradigma de los celos, del
talante posesivo, y nuestras discusiones se han vuelto tan frecuentes, y a más
a más, amargas, que todas las dulzuras se nos han ido tergiversando, para no
decir echando a perder.
Porque la quiero, decirle NO (ya me
ocurría siempre con mi hija) me duele, créeme, más de lo soportable. Y aun así…
En fin, maestro, que no me nace el
abuso. Porque estoy contigo y yo bien sé tu lucidez, tu inmejorable y elegante
acierto al escribir “cuánto corta una espada en un rendido”.
Ni te cuento estas inútiles ganas de
llorar.
Y perdona, por tomarme contigo estas
confianzas.
(Nota del Hipocampo: en la caracola que
hace, en este acuario, las veces de buzón, he encontrado el apunte anterior,
que me ha parecido, aunque de autoría desconocida, apropiado para darle curso
aquí, en este misceláneo “blog” de las reflexiones.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario