El problema empieza si confundimos a
Stephen Stills con el Lebrijano.
El repertorio es de aquella manera, un
poco galimatías de estilos, sálvese quien pueda, o sea, otra sarta
inconsecuente y errática de medias vulgaridades y pretendidas, aunque más bien fallidas,
ocurrencias. Cortito, vamos, y en plan a ver con qué tecla atinamos que nos lo
llevemos cuanto antes.
Pero las hechuras y la cara son caso
aparte.
Uds. ya la han visto, desde el pelo de
paraíso nocturno hasta la punta de los dedos, estricta artesanía andaluza,
talla de imaginero de los buenos, Flavias, Lucrecias, Fátimas, Aichas, Marías y
Salomés sin término, entrecruzadas de siglos por la piel de jazmín, los finos
vasos transitados de sangre y manzanilla, las imprevisibles, incomprensibles
reacciones electroquímicas y a saber qué mobiliario inestable pero ventajista
(qué afilada navajita de feminista a media digestión) en la hermosísima cabeza,
luz para un túnel entero, algunas lagrimitas de emoción coyuntural en la
cofradía preferida y, por supuesto, el meneíto ondulante y proverbial de
odalisca emboscada que da la tierra... La niña, claro, tiene su encanto y con facilidad
no tardaría en hacer su detallito, conducta clasicona. Mientras tanto la disfrutábamos
como a un naranjo en flor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario