Que yo estuviese cenando en la barra del restaurante
(“restorán”), resignado a la inexplicable demora del camarero con los filetes
de atún a la plancha, aquí se ve la influencia de la dieta anticolesterol, no
parece que tenga mayor relación con lo que luego iría sucediendo:
La orquesta, camisa y pantalón beige, ya estaba sobre el
escenario, cuando se detectó un rumor de la afición expectante – que esta vez
no se tensaba en los tendidos – por la repentina llegada del veterano director
titular, un inconsecuente y gratuito aspecto a lo Garci. Enseguida, uno o dos,
luego más músicos fueron bajando para aproximarse a las últimas filas de la
platea con intención de saludarlo y, en breve, ya parecíamos un grupo presto a
ser fotografiado, con un aire, una espontánea disposición que podría casi recordar
a la de los equipos deportivos.
A mi lado, C. advirtió que yo había guardado durante
mucho tiempo los dibujos, los papeles que A. me escribiera durante aquella
singular debilidad de violigos que compartimos el siglo pasado, y comentó con
guasa tierna que admiraba mi fe. ¡Como si no supiera la que a ella hube
dedicado!
Más tarde, estuvimos friendo pimientos para la cena,
poniéndolo todo perdido, ambos “muy cacharreros”, veinte años después, que
escribía Dumas.
“Pero
si una contingencia, un avatar o el azar (no el azahar) mismo modificaran la
estructura y/o la función disponible...”
Esto andaba diciéndole al Presidente de la Junta, ese
ente romo, por él lo digo, cuando miré el reloj malva y eran casi las seis, y
ese era el último fleco rescatable de mi sueño absurdo, ahora que tus hijos ya
habrán regresado, al menos uno, de la romería y llevas dos noches con más
interrupciones del sueño que una farmacia de guardia, corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario