de tábanos enloquecidos, caen sobre la presa (viva o
muerta, o moribunda, que eso les trae sin cuidado), asediándola, acosándola con
rabiosa insistencia de preguntas impertinentes o imbéciles, de comentarios
intencionados que procuran desquiciar al entrevistado, hacerle quedar mal con
el público, los ciudadanos, los votantes.
Van, cámara en ristre, micrófono o artilugio
superportátil “de última generación”, al ataque de políticos, artistas, meros
famosillos deleznables del deporte o el rosalleo.
Intrépidos encuestadores, fotógrafos de ocasión y de
aluvión, reporteros al peso, trepando desde el escalafón inferior y callejero
por la cucaña que un día los volverá dizque periodistas, persiguen y
atropellan.
Así, ensañándose con cierta crisis coyuntural:
– ¿Cree que el
abandono de este dirigente en su partido influirá a la baja en los resultados
de las inminentes elecciones?
– No (seco,
cortante, contrariado, el líder carismático y emergente).
– ¿Por qué no?
El interrogado, calma tensa, mirada de impasible y oscuro
acero, orlado de títulos académicos, investido de sabidurías universitarias y
“másters” múltiples, y curtido, ducho en los métodos retóricos más aplastantes,
en la afilada elocuencia de los más combativos tribunos, contesta victorioso,
decisivo:
– Porque no (rozando
casi la tautología).
¿Serán tal para cual?
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