que es esa cosa marciana,
se rebeló en demasía
y no le daba la gana
de dejar que al “facebook” fuera
el “enlace” desde el “blog”.
Cuando miré mi reloj,
la tarde pasada era
y sólo la intervención
de Irene dio solución
al fastidioso trastorno
con ribetes de bochorno
que el Hipocampo lamenta,
aunque pudo darse cuenta
de que a los destinatarios
más atentos y diarios,
la reflexión alcanzaba
al cabo de tanta traba.
No se perdió la jornada
y el texto, redirigido,
fue gentilmente servido
desde Granada.
Este fin de semana, me han concedido una tregua los
pequeños invasores que andan trepando por las fachadas de la casa.
Con gafas de lentes gruesas y uno de esos sombreros de
lona que parecen un capuchón de seta, el artífice que los acaudilla se ha
mostrado levemente sorprendido por los vistosos lunares de las terrazas. He
sido poco explícito: prefiero los detalles para mi recuerdo.
Me viene bien el respiro. Podré así observar el
misterioso barco grande que lleva tres o cuatro días faenando ahí enfrente;
regar el jardín con sosiego, mientras disfruto del creciente predominio del
color blanco.
Seguir escuchando, aunque me duelan, las canciones
hermosas que escribe Vanesa.
Salir con el clavileño
estelar para una segunda comprobación de que, finalmente, le sienta bien,
de maravilla, esa gola que le añade un vago aire de comodoro, no sé.
Y prepararme quizá unas “margaritas” para que los
pimientos de Padrón no se vean solos en la contienda que, hoy sábado, se ve
venir.
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