Sibilas agoreras ponen ya el grito preventivo en el
cielo, hacen sonar presurosas alarmas, rásganse las vestales vestiduras, porque
el sector de la construcción empieza a reanimarse.
El “ladrillazo” tuvo demasiadas facetas y casi todas se
explicaron torcidamente o ni eso.
El gigantesco expolio que supuso la insana epidemia de
los especuladores, los constructores corruptores y los corruptos concejales y
afines, recalificando como fuera lo que fuera, y la conducta ofidia de las
cajas de ahorros, financieras, etc. no dejan de ser una consecuencia perversa
de una actividad que tan mala no pareció mientras creaba cientos de miles de
empleos que, cuando los iluminados decidieron explotar la “burbuja”, fueron de
inmediato y radicalmente exterminados.
Esas voces preclaras nos previenen ahora con advertencias
algo burlonas como la de que el “españolito” se aferra al ladrillo en calidad
de aspirante a propietario y no “aprende” a vivir de alquiler.
Pero lo que se callan, por lo visto, es que 30 años de
alquiler promedio y consecutivo te dejan tal cual; y lo mismo, en una sostenida
hipoteca, finalmente llega a ser un patrimonio.
Dogal por dogal, no parece que el “españolito” sea tan
torpe en su mayoritaria opción, procurando evitarse la alternativa de una
prolongada, interminable sangría.
Un amigo de toda la vida, a sus 65 años de ahora, se ha
comprado una casa. Y a pesar de la afortunada comodidad con la que sus amplios y
merecidos honorarios profesionales le permitieron vivir durante décadas como
inquilino, dudo que se exponga al vértigo de calcular la pasta gansa que se le
ha ido al limbo.
¿Alquileres gravosos para que sólo se nos consienta vivir
provisionalmente, de prestado?
No está claro, sibilas, vuestras recomendaciones suenan
demagogas.
Y que no desesperen los románticos: mañana, volveremos a
la vertiente galante.
Si Dios quiere.
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