Que yo sepa, solamente dejaron un álbum como muestra de
su arte.
Una rara, inesperada gema que desprende un extraño
encanto; un repertorio peculiar, casi temerario (en contraposición con tanta
canción previsible y reiterativa como suelen emitir otras formaciones) que
llega a destilar gotas de lento y delicado veneno.
Magenta, descartando alguna casi perdonable frivolidad,
cuajó en aquel disco “La reina del salón”, que entre el misterio y la distancia
siempre me pareció seductora.
Después de infructuosas pesquisas en las tiendas del
ramo, y con tres décadas largas por medio, Irene me ayuda a recobrar ahora esas
piezas que remueven neuronas, que vuelven a fingir la fascinación zozobrante de
las expectativas.
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