Casi al principio.
Cuando no podía imaginar
cómo llegaría a adorarte.
Entre besos y risas (pero
eran más los besos) te regalé un jarrón de alabastro y te dije que con él
podrías abrir una brecha en mi cabeza, nuevo Holofernes, durante mi confiado
sueño en tu cama, entre tus brazos.
No te hizo falta.
Y yo, mal adivino, equivoqué
el sitio: la brecha que me dio muerte la abriste en mi corazón, y sin más arma
que tus artes.
Ahora miro nuestra luna de
tantas noches y ando desorientado, como si no conociera esta ciudad donde viví
tu amor (el que te tuve; que el que me pareció que me tenías, ahora creo que
sólo lo soñé).
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