Como el dinero nos gusta a todos, seguramente, a Jordi
también: es más, cabe suponerle un plus de afición, debido a su naturaleza
catalana.
(Ojo que los tópicos no suelen carecer de sustrato: “cuando el río suena, agua o piedras lleva”.)
Así pues, damos por sentado que a este hombre, de sonrisa
cortés y modales comedidos, le pagarán bien el esfuerzo de fingir que se adapta
con una mínima satisfacción al encargo de embridar el grotesco aquelarre de
grosería e histeria, de gritos tribales y cavernarios, que dieron los numerosos
participantes en el “espectáculo” con el cual cerró Telecinco el concurso
rabioso de estos dos meses últimos.
Tal como estaba previsto, en un certamen hecho casi a
medida, influido hasta la náusea por el sesgo favoritista de la cadena, la
ganadora fue esa ejemplar ciudadana, paradigma de seny, moderación y dulzura, a la que hace años tienen contratada
para que anime, con su elegancia y buen hacer, a la sutil audiencia que la
distingue con aplausos, berridos o burlas, según.
Fue una velada edificante. ¿Por qué no hacerle al
ministro Vert una pancartada de protesta, multitudinaria, vehemente, a ser
posible por el centro de Madrid, ya que la “cultura popular” parece estar a
esos primorosos niveles? Y que no falten banderas comunistas y republicanas,
por favor, que son las que molan, las que dan el puntito.
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