Claro que estás. Si yo no lo sintiese así, sería un
miserable.
Pero, por lo que creo nuestro bien, pretendo que el
tiempo y el silencio se fundan en un bálsamo para curar heridas, disolver la amargura
de los desacuerdos, no sembrar esperanzas que ahora no serían reales.
Y cruzo los dedos para que, como ya no soy de tu propiedad
sentimental, puedas leer sin daño, sin lastimarte con preguntas, suposiciones,
estas líneas de mi propiedad intelectual; apreciar, si algún mérito tuviere, el
entretenimiento de estos ejercicios de redacción que ya son otra droga y que
fluyen sometidos al mandato interior aunque con el propósito, logrado o no, de no
ofender a nadie.
Très
petite sarabande de las neuronas: son las siete de la mañana. Un viento de
levante que empezó durante la noche,
trae canto de gallos. Hay un refrán:
“gallo que no canta, algo tiene en
la garganta”. Yo me he levantado con dolor de garganta.
Ahora estoy preparándome un chocolate caliente, a modo de
alivio.
– Tú no estás bien.
– De acuerdo, puede ser. Pero tampoco ando
todavía como algunos de los que, en ARCO, exponen sus temerarios camelos.
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