El genial, el poderoso Miguel Ángel no habría encontrado
bóveda suficientemente grande para pintar, con sus manos maestras, el
gigantesco fresco de esos frescos, de variada procedencia ideológica e
institucional, que se han fundido 15 millones largos de euros con el talante
rumboso de las tarjetas de gastos “que no había que justificar”, claro.
Llamada a capítulo esta que debería terminar siendo
cuerda de galeotes, plantean, con entrecortados y trastabillantes balbuceos,
con las desorientadas pausas de la mentira, unos pretextos más que erráticos,
unas muy peregrinas seudoexplicaciones (adobadas de desconocimiento e
ignorancia tan presuntos como imposibles) para intentar que el juez de turno no
los cruja como se merecerían.
Aunque la cantidad de dinero sea menor en comparación con
las que se están manejando en diversos y numerosos escándalos contemporáneos,
la desenvoltura, el desahogo de que hacen gala estos avispados prestan singular
relieve al caso.
Mientras, el público asistente, o sea, la ciudadanía, se
huele que, como tantas otras veces, toda esta “juerga” no se resolverá como
Dios manda.
Porque los protagonistas constituyen, influyente y acaso
impune, el inagotable Olimpo de los golfos.
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