Así que tenemos los ISMOS: comunismo, fascismo,
populismo, “soberanismo”…
(También se dan en arte, en religión; seguramente hay
demasiados timadores sueltos.)
Con sus ruidos y simbologías, señuelos y doctrinas.
Con variantes más accesorias que otra cosa, suelen
coincidir en métodos, en propósitos, en esencias.
Y sobre esas monumentales estructuras y alegorías, que
ríete tú de las fallas valencianas, erigen sus tronos y pedestales de poder los
MANDAMASES, que son individuos peligrosos, ambiciosos, frecuentes de
mesianismo, que es como estar un poco mal de la cabeza y que, rodeados de sus
ávidas cuadrillas, blindados en sus laberintos, en sus palacios fortificados,
en sus sedes extraordinarias a modo de búnker inexpugnable, también en sus
útiles baños de masas, y defendidos por el dinero y las respectivas guardias
pretorianas, entre mercenarias y fanatizadas, se llevan al personal a los
diversos huertos.
Y aquí llega la parte más decepcionante: el personal, el
rebaño que, tonto, ignorante y asustado (no digo que sin motivo), se deja
encandilar, seducir, trajinar una y otra vez.
Y nunca escarmienta, joder.
– Vaya diíta que tienes.
– Ya te digo.
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