Ni el trazado desigual del itinerario que marcan los
papeles, los personajes que han ido encomendándote en el cine, consigue empañar
lo inapelable de esa belleza tuya que da la razón a la “fuente de llanto” que
nos decía el poeta.
Ahora que, al parecer, serás la luz más fascinante de la
nueva película sobre Bond, James Bond, estoy seguro de que tus devotos seremos
infalibles en las correspondientes localidades de los multicines, con el
permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide, y que, hagan lo que hagan
el director y el productor por sorprendernos, entusiasmarnos, impresionarnos,
sólo tendremos ojos para ti, para el insondable milagro de los 50 años que
dicen que tienes.
Y pensaremos que no más hermosa que tú pudo ser aquella
mujer cuyo cuerpo alquilaban turbios marineros en un burdel de Tiro, de donde
la rescató Simón el Mago, si es cierto ese suceso, si es verdadera esa
turbadora leyenda.
P.D: Buena cosecha, aquel año de tu llegada: con Juliette
Binoche, con Mafalda, qué variedad. Dicen las crónicas del siglo XX que Su
Santidad Pablo VI (son un lujo los números romanos) publicó entonces su primera
encíclica y que se estrenó la primera peli de los Beatles. Y todo eso, mientras
que un servidor sellaba en el secreto que andaba enamorado de tres compañeras
de estudios en el Instituto Británico de Sevilla.
Un poco tarde para contarlo, ¿no?
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