Si me olvidara de él, dirían que discrimino.
He aquí al otro ídolo contemporáneo de las enfrentadas
masas en nuestros más rimbombantes estadios.
Con un nombre no religioso como el de ayer, sino
majestuoso y solemne (el rey de la selva), que quizá sorprende en un hombre más
bien bajito, este jugador se comporta con una llamativa actitud de modestia y
sencillez insólita en un argentino. Lo que no le ha privado de realizar
diversas maniobras como contribuyente que se han ido saldando más o menos.
Y este hecho casi no se lo han tenido en cuenta sus
incondicionales y numerosos seguidores. Porque los españoles ya tenemos para
empezar un arraigado rechazo de la “conciencia ciudadana” en lo que se refiere
al pago de impuestos. Y este rechazo se explica muy bien porque estamos harto
escaldados con la desastrosa administración del dinero público que nuestros
gobiernos han practicado durante siglos y siglos y, partiendo de ese ánimo, se
puede casi disculpar al ídolo que vendría a ser un ejemplar de ilegalidad
heroica, un paradigma de la ética individual contra los interminables abusos
del poder.
Y de este modo, entretenidos con estas figuras, se nos
pasa el tiempo tan ricamente.
Dios salve al fútbol.
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