Nunca he sido antiyanqui. Desde la cocacola, aunque la
sospecho plagio o suplantación de la zarzaparrilla, hasta el cine, pasando por
los pantalones vaqueros y los automóviles, cuyas gasolinas consideran la
moderación como componente del precio y, desde luego, una forma de ser, ellos,
en la que se toma muy en cuenta el trabajo serio y el esfuerzo individual, todo
eso me gustaba incluso antes de visitar USA, décadas atrás.
También me parecieron más que presentables unos
tribunales de justicia en los que había muy poco margen para “el vacilón”. (Lo
que, por supuesto, no es garantía, que ya se ve, de la ausencia de fallos,
incluso graves.)
Pero si nuestra televisión, manejada por gentecillas de
tres al cuarto (que en tantas otras cosas da también deprimentes señales de
seguidismo y sometimiento simplón), insiste en empacharnos con el Black Friday y el Thanksgiving Day, después del diíta imbécil de las calabazas y
otras chorradas que no deberían tener tan preponderante sitio en las noticias,
terminaremos por reaccionar, si no con una antipatía creciente, con una
cumplida hartazón. Ya que ser colonia de la metrópoli, qué remedio, no tendría
que llevarnos hasta tan cansinos aburrimientos.
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