Es temprano. Termino, otra vez, un libro de Quiñones.
Cuando leo a este mago soberbio y tan lleno de vida como de arte, siento que
muchas cosas andan removiéndose dentro, muy en lo hondo…
¿De qué va todo esto? Me asomo al mar. Hoy apenas
sosiega, después del temporal de estos días, de la lluvia que no se terminaba
nunca. Y tiene un sonido de trueno contenido, que permanece, que sigue como un
tren que no acabara de pasar. Una banda de espuma en la que viniese una ancha
cabalgada de hermosos cartujanos sin bridas ni arneses, desnudos y casi
mitológicos.
Y un pálpito que impone: la amenaza gris y blanca, verde
y plata de su inmensidad.
Las preguntas (de dónde y hacia dónde, por qué y para
qué, quién y qué eres, cuánto has de durar), siempre las preguntas, su giro
agotador, sumidas en sí mismas, siempre sin respuesta que valga.
Se creerán los de la tele que con que salga Carolina
Alcázar y presente unos cuantos automóviles también resplandecientes está todo resuelto.
Pues no.
Dan ganas de pasarse por el Sanatorio, por el del pueblo,
a ver si queda algún resto de parra en ese rincón. Y de momento no es
indispensable darse por completo a la bebida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario