Te recordé en Granada. Y lo comenté con tu nieta, tras la
danza.
Si la vieras ahora: ¡cómo habrías podido imaginar su
evolución, su presente algo literario y asombroso! Pero seguramente te gustaría
esa mezcla de atrevimiento y sensatez, su sostenido (por ahora: toquemos
madera) promedio de buenos resultados en los estudios. Guapa, ya se veía desde
el principio que lo iba a ser. Y esperarías, de ella y para ella, sólo cosas
buenas porque ése fue siempre tu carácter, positivo, esperanzado, cordial.
El 8 de diciembre, la Inmaculada, que era el día de la
madre, de toda la vida, aún habrá gente que lo recuerde así; antes de que el
Corte Inglés y otros poderosos mercaderes decidieran que se iba a celebrar en
mayo, ignoro con qué caprichosos, pero fijo que interesados, propósitos.
Por la autovía, tráfico abundante de fin de “puente”, de
regreso, con el V en el auto, me distraían a veces más recuerdos tuyos y otros
pensamientos.
No descarto que estés mirándonos, estas noches de luna
llena, sonriendo mientras desmenuzamos los vocabularios. Como dicen, lo que se hereda, no se roba.
Yo…, en fin. Dice mi médico que estoy “como un Longines”.
Lo creo a medias.
Seguimos aquí, doña Carmen.
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