Lo desveló a deshora la propia condición fantástica del
sueño:
La propaganda mentirosa y delincuente de aquellos
políticos había cebado sobremanera el descontento y la insatisfacción, la
insolidaridad y los egoísmos diferenciadores, y era imparable aquella pantomima
de relapsa consulta separatista, con el camuflaje que se quisiera, que al
margen de cualquier ley vigente y decente iba a tener lugar en cinco, seis
días.
Y al compás, las negligencias de décadas, los viejos
pactos interesados, comprados a insufrible precio, la autoridad moral
quebrantada por el alien/íncubo de las corrupciones, habían debilitado al
Gobierno de la Nación hasta un extremo de cobarde impotencia que era sinónimo
de la nulidad.
Y entonces ocurrió aquello, aquella muestra extraordinaria
del poder de Internet (incluso cuando la Red enloquecía y
duplicaba los enlaces del “blog”): no se conoce el origen de la
iniciativa, de la convocatoria, pero más de veinticinco millones de ciudadanos,
que también tenían derecho a opinar y ganas de no seguir silenciosos, viajaron
a la comarca de los díscolos (y de los que no lo eran y estaban acorralados), y
llenaron sus carreteras, sus calles, puentes y plazas, y colapsaron con su
propia y pacífica asistencia, con su manifestación grande y cívica y democrática,
la viabilidad del despropósito.
El sueño, la cosa le sonó como algún relato de los que
Saramago, que en paz descanse, nos dejó para el pensamiento, el sentimiento y
el entretenimiento.
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