Nos obligan a soltar muchísimo dinero. Demasiado.
Y luego llegan los del mangoneo, los del despilfarro y
los del trinconeo y ocurre lo que viene ocurriendo, todos los días.
Así que lo que no nos apetece oír es que encima salgan
los pusilánimes y los meapilas, los de la corrección política obsesiva,
refitoleros de la pulcritud hipocritona y más papistas que el Papa, a
exasperarnos proclamando que no se debe manifestar la indignación y la repulsa
expresa contra los protagonistas de los saqueos y los expolios; que debemos
solamente “esperar a que actúe la Justicia”.
¿Cuándo, cómo? ¿Qué Justicia? ¿La de los cínicos y
arbitrarios indultos, la de las “oportunas” prescripciones, la del tercer grado
enseguida? ¿La que aplica condenas de la señorita Pepis a criminales XXXL, con
el roneíto de la presunta y, con frecuencia, falsa reinserción?
Cuando las cosas se pasan tanto de castaño oscuro, no
sobrará tampoco que la gente añada algo a cuenta de lo muchísimo que lleva
aguantando.
Por otra parte, los afectados, los destinatarios de esas
motivadísimas protestas populares, tienen suerte de que el personal, por ahora,
se queda en la palabra o en el grito. No se lapida a nadie, no se lincha a
nadie ni se dispara a nadie. ¡Faltaría más! ¿Faltaría más?
Conque los del papel de fumar…
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