martes, 22 de julio de 2014

Una sentencia XXXL



Ayer, por televisión (¿será verdad todo lo que sale ahí?), me llegó la suculenta noticia:
Un tribunal de USA (graves estrados de nobles maderas, togas solemnes, ceño sombrío y exigente de Sus Señorías) sentencia que la Compañía Tabacalera de turno deberá indemnizar con 17.500 millones de euros (joder con la playita) a la desconsolada o quizá inconsolable viuda de un ciudadano que murió “dizque” del cáncer producido por su adicción a los cigarrillos.
Se pregona con ufanía extendidísima que una vida humana no tiene precio. Aunque todos sabemos, cinismo aparte, que a menudo se le pone; es más, con dramática frecuencia, las vidas humanas se están pagando con poco dinero, incluso salen gratis o a reclamar al maestro armero.
Como la cantidad, en el caso de referencia, es bastante astronómica, los más maliciosos acaso pensarán que la viuda “agraciada” está dando saltos y que no habrá dejado de pensar que, así, cualquiera puede prescindir de un familiar, sin pena insuperable.
El occiso andaba por los 30 y pocos años de edad. O sea que nació en plena época en la que ya se nos ha machacado sin descanso con prohibiciones, recomendaciones, informaciones y todo género de advertencias, incluidas las de las cajetillas. Cuesta creer que el finado nunca supiese “con quién se jugaba los cuartos”.
No simpatizo yo especialmente con las tabacaleras; tampoco con los fumadores, sobre todo si lo son, empedernidos. Pero quizá, “al César, lo que es del César…”
Porque si la cosa sienta firme jurisprudencia, habrá que preguntarse si podremos demandar, en caso de accidente de tráfico, a Qatar, Arabia Saudí o Venezuela, por ejemplo, tan productores ellos del petróleo que termina en gasolina.
Si podremos demandar a Poseidón (dios Neptuno, para los menos añejos) cuando un submarinista se ahogue en una gruta de la costa que el mar llena y rellena de peligrosa y traidora forma.
Si podremos, ay, demandar a Guijuelo, Jabugo, Cortegana, etc. porque nos han tentado de tan impía e irresistible manera con las delicias que, al cabo, nos matarán por demasiado colesterol.   

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