Los dones y los rones

Con muchísima más afición que conocimiento (la presunción ha precipitado en los abismos a innumerables soberbios, vanidosos y faroleros), durante décadas de uso y concentración y casi sin aplicarme, vengo percibiendo dos esenciales caracteres de relieve en las modestas variantes del ron que me ha sido dado catar.

Las de Cuba, Puerto Rico, Venezuela, se arriman untuosas a lo dulce, sedoso y complaciente de urgencia. ¿Son acaso más voluntariamente mestizas?

En cambio, las de Jamaica incluyen ribetes de quemazón sensual, aristas sin pulir que pretendieran remotas ejecutorias de discutible virilidad. ¿Quizá acunan un alma más negra?

Claro que hay ron en Colombia y en Santo Domingo; y en Costa Rica (Ron del Barrilito, tres añadas convencionales, reconocimiento “cum laude” y golpes de pecho ante su inexistente distribución en esta península que tan hermosamente fue metrópoli, y Madre Patria y todo lo que los enanos progres rechazarán tildándolo de vacua retórica, de añeja historia y que, aun así, comporta, sin esfuerzo, mayor arte y elegancia que sus saldos contemporáneos rellenos de míseros y esterilizantes complejos), etc.

En resumen, no hay más que dar gracias a Dios, Quien, a su imagen y semejanza, nos hizo capaces de desarrollar, tiempo y dedicación por medio, tantos placeres, tantos dones, tantos rones para el asombrado y jubiloso paladar.