Montados en sus airosos aunque algo frágiles vehículos,
salen a estirar las piernas, ejemplo preclaro de buenos hábitos de vida
saludable, etc.
Suelen congregarse en mayor número los domingos y
festivos y nos proporcionan una conocida estampa que celebramos de corazón, por
más que la estética de los yelmos protectores los aproxima ya, desde hace
varios años, a la hormiga atómica, semejanza que puede objetarse con facilidad.
Suscribo las pertinentes recomendaciones que con
reiteración se vienen haciendo para que se cuide de ellos como parte
físicamente más débil en una hipotética colisión con automóviles, etc. y como
ciudadanos con derecho a orearse con método de su libre elección. Me parecen
harto oportunos esos respetuosos miramientos.
Y también, incluso antes, suscribo la conveniencia de que
estos virtuosos del pedal, por su parte, depongan esa extendidísima y rebelde
actitud, inexplicablemente temeraria y arrogante, con la que más o menos el 80%
suele menospreciar el “carril bici” que tanto reclamaron y que, en no todas
pero en bastantes zonas, ya hace tiempo que se ha instalado y se ha costeado y
ahora recibe un desdén que, para más INRI, implica serias piedras en su, de
ellos, propio tejado. No hablo de oídas: soy testigo directo y casi diario de
ese porcentaje asombroso.
Otrosí digo: supongo que circular en “pelotón” debe
producir atractivas sensaciones, endorfinas, lo que sea. Y que pedalear en
paralelo con un colega mientras se intercambian frases y comentarios con un
inimaginable resto de aliento hace menos aburrida la experiencia. Pero esas
hazañas dejan menos sitio para todos y aumentan el peligro para todos.
Y también, ojo con la velocidad de competición
despiadada, al circular por esos tramos mal definidos, esos sectores de perversas
aceras para “bicis”: los transeúntes, únicos usuarios de las genuinas aceras en
la tradición, necesitan tiempo para volverse cautelosísimos y aclimatarse a
esta modalidad invasora, aunque auspiciada por los ocurrentes munícipes de
turno, y no deberían estar sometidos al infarto cuando uno de esos raudos
atletas se les echa encima, con una suerte de engreída agresividad, con unas
ínfulas de sobrevenido propietario de derechos, tan de repente adquiridos y tan
en visible conflicto con otros, previos.
Los áureos diseñadores y demás progres pueden llamar “poliédrico”
a este variopinto asunto de los ciclistas.
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