Casi no nos ha dado tiempo de reponernos de las Fallas y
de la orgía vacacional de la Semana Santa, y ya nos ha embestido
“dolorosamente” el puente del 1º de mayo, día del trabajo, que es lo que más
cínicamente celebran nuestros sindicatos mangantes.
Al caer, la feria de Sevilla (y la de otros lugares), el
Rocío, San Isidro, el veraneo a la vuelta de la esquina, San Fermín, todo el
calendario sembrado de fiestas. Qué bien.
Nuestros políticos pueden estar satisfechos: este
gobierno, el que hubo, el que habrá, cuando sea, sabe que la juerga española
sobrevive a lo que le echen, y que cualquier crisis es cosa baladí para el
cuerpo de jota que nos distingue.
La DGT, que es organismo sobradamente oficial, anuncia 5
millones de desplazamientos (en Semana Santa fueron 12) más el encuentro de los
moteros, o sea, motoristas, en Jerez.
Está claro que hay que sacar la cartera porque los
proverbiales e inexcusables gastos de viaje (gasolina, alojamiento, comida,
antojos extras) no dan margen siquiera al aplazamiento.
¿Cómo le diremos, entonces, al sanguinario Montoro que no
nos llega la camisa al cuerpo?
Nuestros políticos y muchos espectadores internacionales
se ríen sardónicamente de nosotros. Y es que les damos motivos. Porque ser
cigarra es muy divertido (¿no lo sabré yo?) pero luego no nos pongamos lamentables,
pretendiendo que las hormigas, tan currantes y aburridas, nos saquen las
castañas del fuego.
Simultáneamente fue una maravilla, por la tele, el
espectáculo tradicional y asombroso que los dignísimos “líderes” sindicales
ofrecieron con sus arengas a gritos. Ya cansa entrar en lo que es su “argumentario”;
pero, como ellos solos no se dan cuenta, alguien debería hacerles notar que los
micrófonos y la megafonía ya se encargan de esparcir a los cuatro vientos su
buena nueva. Vamos que eso está instalado precisamente para que no tengan que
chillar de forma tan ordinaria.
Y de otra índole, o quizá no tanto, la avalancha que,
sobre la playa de Alicante, perpetró nuestra “generación de jóvenes
estupendamente preparados”. Se ve que, en la cima de su “preparación”, han
posado con salvaje empuje la idea filosófica de que la diversión por
antonomasia consiste en emborracharse de urgencia (luego ya, si eso, se vomita
a fondo) y, al final del botellón, dejar la playa, o plaza o lo que sea,
transformada en un vertedero insuperable que ya “se” limpiará luego, ayuntamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario