Entre la adquisición y el demorado y dificultoso estreno
o puesta en marcha, un año mal contado hará que dispongo de una mirilla (quizá
no llega siquiera a ventana) entreabierta al infinito de Internet. La llamo “el
Plegablito”.
La tecnología. O sea, los abismos siderales, la
biblioteca de Babel.
Cuando he utilizado la lavadora esta mañana, me volvió el
recuerdo de las BRU, veteranas precursoras, de dos palometas orientables cuya
fricción contra la ropa, que hacía girar el tambor del fondo, efectuaba, agua y
jabón por medio, el milagro. Algún contemporáneo se acordará.
El mundo y nuestras vidas han cambiado a velocidad
extraordinaria y nadie habría imaginado cuánto y cómo, cuando, en la
inauguración del Orient Express, Edmond About se admiraba porque aquel tren
fabuloso y legendario tenía tan buena refrigeración que se podía disponer de
mantequilla de Normandía durante todo el trayecto.
Compañía Internacional de los Coches-Cama y de los
Grandes Expresos Europeos.
Ahora andamos en el Alvia, el Ave y así, cuyas estéticas
no permiten escribir con arte e inspiración “el
negro cilindro de tu cuerpo, el oro de tus cobres, la plata de tus aceros”.
Clasicón pero no ingrato, el Hipocampo reconoce que el
Plegablito es, a su manera, la pequeña y listísima caja de resonancia de la que
van saliendo variadas reflexiones como ésta, ligera y alejada del compromiso.
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